We Are Church Intl.

Our place in the whole of life

  

        by Leonardo Boff

        Theologian-Philosopher

        Earthcharter Commission

[Spanish]


  Ethics in the dominant society are utilitarian and anthropocentric. That is: society's ethics accepts the illusion that nature's beings only have reason to exist to the degree they serve human beings, and that humans can dispose of them at will. Humans consider themselves the kings and queens of creation.

 

The Judeo-Christian tradition reinforced this idea with its "subdue the Earth and dominate all that lives and moves upon Her” (Gn 1,28).

 

Now we know that we humans were among the last beings to enter the scene of creation. When it was 99.98% complete, we appeared. The universe, the Earth and her eco-systems did not need us to organize themselves and to arrange their majestic complexity and beauty.

 

Each being has intrinsic value, independent of the use we make of it. Each being is a manifestation of that background Energy, as the cosmologists say, or of that Abyss generator of all beings. Each being has something to reveal that only that being, even the least adapted, can do, and after that, through natural selection, it will forever disappear. But it is important for us to listen to and celebrate the message which that being reveals to us.

 

Gravest, however, is the idea all modernity and much of the contemporary scientific community have about planet Earth and nature. They consider them a simple “res extensa”, something that can be measured, manipulated, and according to Francis Bacon's rude language, «tortured as the inquisitor does to his victims, until he has forced out all their secrets». The prevailing scientific method largely maintains that aggressive and perverse logic.

 

Rene Descartes sets forth in his Discourse on Method something of a clamorous reductionism in understanding: «I do not understand for “nature” a goddess or any other type of imaginary power; instead, I use that word to mean matter». Descartes considers the planet as something inert, without purpose, as if human beings were not part of that nature.

 

The fact is that we entered the process of evolution when it had already reached a very high level of complexity. Then, human life arose, conscious and free, as a subchapter of life. Through us the universe gained consciousness of itself.  And that occurred in the miniscule part of the universe that is the Earth. This is why we are that portion of the Earth who feels, loves, thinks, cares and venerates. As the Argentinean singer-songwriter Atahualpa Yupanqui says, "We are the Earth that walks".

Our specific mission, our place in the whole of life, is to be those who can appreciate the grandeur of the universe, who can listen to the messages that every being articulates, and who can celebrate the diversity of beings and of life.

 

And as the carriers of sensibility and intelligence, we have an ethical mission: to care for creation and to be her guardians so that she may continue with vitality and integrity and under conditions allowing her to continue evolving as she has done for 4.4 billion years. Thanks be to God, the Biblical author, for correcting the text we quoted above, who says in the second chapter of Genesis: “The Lord took the human being and placed him in the Garden of Eden (the original Earth) for him to cultivate and care for it” (Gn 2,15).

 

Regrettably, we are not good at fulfilling this mission, because as biologist E. Wilson says «humanity is the first species of the history of life that has turned out to be a geophysical force; the human being, that biped being, such an air-brain, has already altered the atmosphere and the weather of the whole planet, diverting them far from their usual norms; spreading thousands of toxic chemical substances throughout the world, and leaving us on the verge of exhausting our drinking water” (A Criação: como salvar a vida na Terra, 2008, 38). Sorrowful at seeing this, and living under the threat of a nuclear apocalypse, Norberto Bobbio, the great Italian philosopher of the law and democracy, asked himself: «Does humanity deserve to be saved?» (Il Foglion. 409, 2014, 3).

 

If we do not want to be expelled from Earth by the Earth herself, as enemies of life, we must change our behavior towards nature, but above all, we must embrace the Earth as the United Nations did in April, 2009, as Mother Earth, to care for her as such, and to recognize and respect the history of every being, living or inert. They existed millions and millions of years before us, and without us. Therefore, they must be respected as we do the elderly, people we treat with respect and love. More than we, they have a right to the present and to the future, together with us. Otherwise, neither technology nor promises of unlimited progress can save us.

 

Leonardo Boff 

03-21-2014

 

Free translation from the Spanish by

Servicios Koinonia, http://www.servicioskoinonia.org.

Done at REFUGIO DEL RIO GRANDE, Texas, EE.UU.

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Nuestro lugar en el conjunto de los seres

2014-03-21


  La ética de la sociedad dominante en el mundo es utilitarista y antropocéntrica. Es decir: considera ilusoriamente que los seres de la naturaleza solamente tienen razón de existir en la medida en que sirven al ser humano y que este puede disponer de ellos a su gusto. Él se presenta como rey y reina de la creación.

 

La tradición judeocristiana reforzó esta idea con su “someted la Tierra y dominad sobre todo lo que vive y se mueve sobre ella” (Gn 1,28).

 

Mal sabemos que, nosotros los humanos, fuimos uno de los últimos seres a entrar en el teatro de la creación. Cuando el 99,98% de todo estaba ya hecho, surgimos nosotros. El universo, la Tierra y los ecosistemas no necesitaron de nosotros para organizarse y ordenar su majestuosa complejidad y belleza.

 

Cada ser tiene un valor intrínseco, independiente del uso que hacemos de él. Representa una manifestación de aquella Energía de fondo, como dicen los cosmólogos, o de aquel Abismo generador de todos los seres. Tiene algo que revelar que solo él, hasta el menos adaptado, lo puede hacer y que enseguida, por la selección natural, desaparecerá para siempre. Pero a nosotros nos cabe escuchar y celebrar el mensaje que tiene para revelarnos.

 

Lo más grave, sin embargo, es la idea que toda la modernidad y gran parte de la comunidad científica actual proyecta del planeta Tierra y de la naturaleza. Las consideran simple “res extensa”, una cosa que puede ser medida, manipulada, según el rudo lenguaje de Francis Bacon, «torturada como lo hace el inquisidor con su víctima, hasta arrancarle todos los secretos». El método científico predominante mantiene, en gran parte, esa lógica agresiva y perversa.

 

René Descartes en su Discurso del Método dice algo de un clamoroso reduccionismo en la comprensión: «no entiendo por “naturaleza” ninguna diosa ni ningún otro tipo de poder imaginario; antes me sirvo de esa palabra para significar la materia». Considera el planeta como algo muerto, sin propósito, como si el ser humano no fuese parte de esa naturaleza”.

 

El hecho es que nosotros entramos en el proceso evolutivo cuando éste alcanzó un altísimo nivel de complejidad. Entonces irrumpió la vida humana consciente y libre como un subcapítulo de la vida. Por nosotros el universo llegó a la conciencia de sí mismo. Y eso ocurrió en una minúscula parte del universo que es la Tierra. Por eso nosotros somos aquella porción de la Tierra que siente, ama, piensa, cuida y venera. Somos Tierra que anda, como dice el cantautor indígena argentino Atahualpa Yupanqui.

 

Nuestra misión específica, nuestro lugar en el conjunto de los seres, es el de ser aquellos que pueden apreciar la grandeur del universo, escuchar los mensajes que enuncia cada ser y celebrar la diversidad de los seres y de la vida.

 

Y por ser portadores de sensibilidad y de inteligencia tenemos una misión ética: cuidar de la creación y ser sus guardianes para que continúe con vitalidad e integridad y con condiciones para seguir evolucionando como lo viene haciendo desde hace 4,4 mil millones de años. Gracias a Dios que el autor bíblico, como corrigiendo el texto que citamos antes, dice en el segundo capítulo del Génesis: “El Señor tomó al ser humano y lo puso en el jardín del Edén (Tierra originaria) para que lo cultivara y lo guardara” (2,15).

Lamentablemente estamos cumpliendo mal esta misión nuestra, pues al decir del biólogo E. Wilson «la humanidad es la primera especie de la historia de la vida en volverse una fuerza geofísica; el ser humano, ese ser bípedo, tan cabeza-de-viento, ha alterado ya la atmósfera y el clima del planeta, desviándolos mucho de las normas usuales; ha esparcido ya miles de sustancias químicas tóxicas por el mundo entero y estamos cerca de agotar el agua potable” (A Criação: como salvar a vida na Terra, 2008, 38). Pesaroso ante un cuadro como este y bajo la amenaza de un apocalipsis nuclear, el gran filósofo italiano del derecho y de la democracia, Norberto Bobbio, se preguntaba: «¿La humanidad merece ser salvada?» (Il Foglion. 409, 2014, 3).

 

Si no queremos ser expulsados de la Tierra por la propia Tierra, como los enemigos de la vida, cumple cambiar nuestro comportamiento hacia la naturaleza, pero principalmente acoger a la Tierra como aceptó la ONU en abril de 2009, como Madre Tierra, cuidarla como tal, y reconocer y respetar la historia de cada ser, vivo o inerte. Existieron antes de nosotros y durante millones y millones de años sin nosotros. Por esta razón deben ser respetados como lo hacemos con las personas de más edad, a las que tratamos con respeto y amor. Más que nosotros, ellos tienen derecho al presente y al futuro junto con nosotros. En caso contrario no hay tecnología ni promesas de progreso ilimitado que puedan salvarnos.

 

Leonardo Boff

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